jueves, 16 de julio de 2009

Fin de semana

El primer sábado de julio, decidimos ser turistas: salimos a correr por la playa en la mañana y luego hicimos una caminata “autoguiada” por algunas partes del centro histórico, incluyendo un museo del vino Málaga, el cual tiene una exhibición muy bien montada, con detalles históricos y luego del cultivo de la uva y la fabricación del vino.


Esto me hizo recordar uno de mis libros favoritos de mi niñez, de la serie educativa Anaya y también, más recientemente, la novela “La Bodega”. La visita concluyó con una degustación de dos vinos Málaga, los dos dulces, acompañada de una excelente explicación por una muchacha, quien además nos explicó que el súbito calor que había empezado ese día se debía a “El Terral” (el primo español del Meltemi turco), un viento que viene de tierra adentro (la gente dice que viene del Sahara) y es caliente y muy seco.

Domingo, salimos a nuestra primer expedición a los Montes de
Málaga. Salimos a las 9am y paramos a preguntarle a un policiía, quien nos dio direcciones y advirtió que iba a estar caliente. Del centro, son unos 6km hacia el norte, pasando por el estadio de La Rosaleda (referencia para los futboleros) y siguiendo hacia el norte hasta llegar donde se acaba la calle pavimentada y empieza el camino cuesta arriba por unos 14 km, así que nos costó un poco, especialmente al principio.


A esa hora, topamos a unos 20 ciclistas en parejas o solitos, que habían sido más listos y ya iban de regreso cuesta abajo. El camino entra al Parque Natural de los Montes de Málaga, donde no se permite ningún vehículo motor, sólo caminantes, bicis y caballos. Según explican, después de la gran deforestación hecha durante el reino de los Reyes Católicos (pero no ecológicos), se mandó reforestar lo que habían sido bosques de roble y otras especies, con pino solamente. Miguel dice que éste es un ejemplo típico de cómo el hombre modifica los ecosistemas simplificándolos.


El paisaje es tipo Parque de Prusia pero, al menos ese día, con el clima de Guanacaste en marzo. Topamos un ciclista que nos sugirió una ruta pra el regreso y resultó ser un sendero más angosto y parado (y me alegró que íbamos cuesta abajo!).

Volvimos a la ciudad y paramos en la pulpería de una china (de las pocas abiertas en domingo) y compramos una botella de cerveza que nos fuimos a tomar en una banca a la sombra de la catedral, al lado de un cuar
teto que tocaba música barroca.



Allí vi al mismo policía que nos dio direcciones en la mañana, esta vez apuntando en nuestra dirección a una pareja en bicicletas, que se vinieron donde nosotros. Resultaron ser dos polacos, tercer oficial y grumete de un carguero, que estaba en puerto y habían salida a dar una vuelta en las bicis del barco, pero no tenían herramientas para ajustar el asiento. Así que el policía, que nos había visto la pinta, los mandó donde nosotros porque de fijo tendríamos lo necesario (y lo teníamos!).

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