sábado, 27 de junio de 2009

España, primera etapa

Miércoles, luego de entregar el apartamento a los señores Lim, tomamos un taxi a las 4pm para el aeropuerto. La primer prueba: el peso de las valijas: 21kg cada una (y que no se acerquen a las tres mochilas que llevábamos de equipaje de mano…


Salimos a las 8 para Bangkok y en un vuelo de dos horas, el eficientísimo equipo de Thai nos sirvió cena, vino y café.


En Bangkok nos tocaba esperar tres horas, que nos dedicamos a caminar por el nuevo aeropuerto (famoso porque fue “tomado” por varios días el año pasado los manifestantes de “camisa amarilla”), que resultó ser como un gran centro comercial, pero no la llega al aeropuerto de Kuala Lumpur en diseño y organización.


Antitos de medianoche nos fuimos a la sala de abordaje, donde ya era casi toda la conversación en español. Al pasar el control del tarjetas de abordaje y pasaportes, nos separaron porque veníamos de Malasia, preguntaron que qué habíamos hecho allí y cuando vieron las visas de residencia ya nos dejaron pasar; preguntamos que qué razón había, pero el inglés de la muchacha no daba para tanto (y no creo que quisiera dar mucha explicación).


Apenas nos montamos, vimos que en la fila de cuatro asientos que nos tocó sólo estábamos nosotros, así que rapidito tomamos posesión. Empezaron a pasar con el menú para la cena (otra!) pero yo preferí acomodarme y rapidito me dormí. Como a las cuatro horas, cambiamos y Miguel se acostó y yo seguí durmiendo sentada. Las sobrecargo de Thai Airways nos hicieron desfile de modas en las doce horas de viaje: nos recibieron con un traje típico tailandés, durante el viaje usaron otro vestido con delantal y para cuando íbamos a aterrizar, se cambiaron a pantalón y blusa muy a la moda.


Aterrizamos en Barajas a las 7 y media de la mañana del jueves y para mi sorpresa, la pasada de migración y recogida de valijas fue rápida (me llamó la atención que no había ningún control ni un anuncio con respecto a la gripe porcina, después de ver cómo andan en los aeropuertos asiáticos, escaneando temperaturas y demás) y a las ocho ya íbamos en taxi para la estación de Atocha, a recoger la furgoneta de alquiler.


Una vez allí, tardamos un rato en encontrar la oficina del alquiler de carros, pero igual, para las 9am, ya estábamos listos, así que, siguiente paso: comprar una tarjeta para el celular. Esto tardó un rato, pues no habían abierto, pero apenas la tuvimos, llamamos, y despertamos, a Laurita Cruz y Ana Sofía, quienes rapidito llegaron a tomarse un cafecito con nosotras allí mismo. Nos dimos una voladita de pico limitada pero fue bueno que tuvimos chance de verlas.


Ellas nos acompañaron al parqueo y nos ayudaron con el chunchero. Allí se nos fueron como 45 minutos, pues el señor que revisa los carros es uno solo y lo tienen corriendo entre dos parqueos, pero muy amable. Ya allí sí nos despedimos y fue entonces conectar el navegador para que nos explicara cómo salir de Madrid rumbo a casa de Ana Marcela; y el confisgado aparato lo hizo de mil maravillas.


Por cierto, íbamos esperando encontrar 40 grados de temperatura en Madrid, pero no, estaba fresquito y hasta en la noche, mi vikingo tropicalizado se puso una jacket...


Así que para mediodía, llegábamos al frente de la casa, donde la prima estaba empunchada cortando una madera para terminar un nuevo portón que hizo, mientras Alvaro estaba trabajando jalando escombros para rellenar un hueco.


Rapidito nos cambiamos a ropa de trabajo ( no se nos fuera a ensuciar los “finos trajes de viaje”) y empezamos a bajar las cajas con la ayuda de Alvaro, que se apuntó a jalar cajas y gracias a su ayuda, rapidito estaban abajo y más rapidito, estaban montadas en la furgoneta.


Entonces, después de un vaso de agua, procedimos a que Ana Marcela nos dijera qué cajas quería que empezáramos a subir, además de una mesota, que yo no creía que fuera posible encaramarla, pero lo logramos. Luego de una bien merecida ducha, nos sentamos a hartarnos de cerezas y conversar hasta casi medianoche. Creo que es la primera vez que tengo una buena conversación con Alvaro y la disfruté bastante.


Viernes, me desperté de madrugada y estuve dando vueltas un rato hasta que me pude dormir de nuevo, pero me despertó el teléfono que sonó con insistencia dos veces a las seis de la madrugada y los que lo oíamos éramos Miguel y yo, así que al “llamante” le recordamos su madre y pensamos que si sonaba otra vez iría a contestar yo. No lo hizo pero luego vimos que era Oscar que necesitaba hablar con Ana Marcela, mis disculpas primito y más aún para Marielena!!


Luego de una taza de café, una última conversada y pequeña serenata de Ana Marcela a Miguel – que lo dejó impresionado por su voz y las lindas canciones – nos despedimos, deseándonos suerte mutuamente en nuestras nuevas aventuras y salimos a eso de las 8 y media de la mañana.


En un pueblito allí cerca, vimos que era día de mercado y paramos para comprar fruta, pero resultó ser a velocidad de pueblo: había adelante dos señoras y un señor, ya mayores, y mientras les atendían, iban haciendo tertulia, por lo que se estaban tomando su rato en hacer la compra mientras discutían dentaduras, el entierro que habría ese día, etc.


Luego, me incluyeron en la conversación cuando una de las doñitas decidió comprar cerezas y me dijo que “las iba comiendo mientras estaba sentada frente al ordenador” – una señora computarizada como mi madre. Al final, el frutero me vio la cara de congoja (Miguel estaba mal parqueado con la gran furgoneta) y llamó a otro ayudante para que me vendiera los melocotones y albaricoques que estaban deliciosos.


La manejada hasta Málaga la hizo Miguel; nos tomó cinco horas, parando a tomarnos un café y comernos un sánguche de almuerzo y para las 3 y pico, llegamos al lugar de las bodeguitas – trasteros- donde dejamos el chunchero. Esto tomó casi dos horas pues el que nos asignaron era en el segundo piso, así que hubo que hacer varios viajes en el elevador y luego de allí al cuartito asignado.


Cuando ya teníamos todo dentro y fuímos a poner el candado, vimos que las argollas de la puerta y marco no estaban alineadas, así que no entraba ninguno de los dos candados que teníamos. El vikingo casi pega gritos, pensando que habría que pasar todo a otra bodeguita, pero me fui a pedir ayuda y vino el tipo de mantenimiento – don Paco – armado de la herramienta favorita de mi abuelo Ito (y a menudo de mi maridito): un semerendo martillo. Y a punta de martillazos, que creí que iban a quebrar las argollas, las logró alinear y luego con un taladro amplió el tamaño de los huecos hasta que cupo nuestro candado.


En la misma fila de bodeguitas, que son cuartitos con sólo la puerta de hierro, sin luz ni ventanas ni nada, vi que había una puerta abierta y en una que pasé pude ver que estaba lleno de estantes y ropa guindando y una camita y había allí una señora. Parece que la pobre mujer está viviendo allí! Se imaginan...


De allí nos fuimos al hostal, a bajar las valijas y mochilas en el cuarto. Está ubicado en una calle “semi-peatonal” en el puro casco antiguo, cerquita de la catedral. Subimos las cosas al cuartito, que es chirrisco, en un tercer piso y con un elevador que a lo más puede llevar a tres personas, así que hubo que hacer dos viajes (y estimamos que no habrá que mover más cosas por un par de semanas) y nos fuimos a devolver la furgoneta a la estación del tren.


Cuando llegamos, es una zona con mucho movimiento porque también está la estación de autobuses y “más encima”, están construyendo el metro, así que es bien enredado. Pregunté que donde se entregaban los carros de Europcar y me dijeron que en el parqueo subterráneo, pero al ir a entrar, vimos que la furgoneta era muy alta y no entraba, así que de nuevo, Miguel se quedó mal parqueado mientras yo pegué carrera a la oficina, para que me dijeran donde dejarla.


Había tres muchachas y muchos clientes, pero logré meterme y preguntar. Primero, una dijo que la llevara al parqueo de un hotel, pero otra dijo que no, que ése estaba “en obras” y entonces? “Ah, pues parquéalo en la calle, bien parqueadito y nos traes las llaves aquí”...


Ni modo, en aquel enredo, dimos varias vueltas hasta que lo dejamos parqueado como a 500 metros, frente a una plaza.


Ya liberados, nos fuimos a comprar un jugo y ya caminamos de vuelta al hostal, a quitarnos el polvazal y sudor y poner la patas para arriba un rato (mientras los noticieros no hacían más que hablar de la muerte de Michael Jackson; tanto que cabe la sospecha de que sea una conspiración de los ayatollahs para desviar la atención del mundo...).


A una hora muy española, las diez pasadas, fuimos aquí al frente de la catedral y nos comimos una sopa de ajo blanco y unos boquerones y nos fuimos a dormir muy satisfechos de haber terminado la primer etapa de esta nueva aventura, la cual, confieso que planié y pensé mentalmente montones de veces, además de las veces que lo discutimos juntos y por dicha todo salió mejor de lo que pensamos.


Hoy sábado, estábamos despiertos desde temprano pero no salimos hasta las nueve pasadas a buscar un bar donde tomarnos un café. Encontramos uno que nos gustó, nos metimos y pensamos que, si Laura Cruz encontró su habitación en Madrid preguntando en un café, tal vez deberíamos hacer lo mismo. Eso hicimos y la señora super amable nos dijo de un lugar allí a la vuelta (todo esto en el casco antiguo); encontramos dos apartamentos, pero los teléfonos son de agencias y hoy están todas cerradas, así que habrá que esperar al lunes.


El resto del día lo pasamos caminando y tomando nota de pisos que se alquilan. Nos tienta la idea de quedarnos por aquí, si encontramos algo con las “3 B” y no muy ruidoso. Mañana seguiremos la empresa. También, pasamos a una librería a buscar la guía recomendada para el Camino de Santiago, que no la tenían pero la muchacha super amable la ordenó y luego me contó que ella lo ha hecho de León a Santiago y también una parte del Camino Norte (siguiendo la costa), así que estaba muy solidaria.


Lo único que no va con el plan son las bicis; nos enviaron un email de que todavía no se habían ido porque la aerolínea insistió en calcularlas en mayor volumen que lo que la agencia hizo y había que pagar más... así que no será hasta el lunes que se pague eso – esperamos – y ver cuando las ponen en el avión.


Les cuento que la temperatura está riquísima: entre 26 y 28 grados, viniendo de los calores húmedos de Kuala Lumpur, se siente fresco. A ver cuando nos pegan los calores veraniegos!